(Sobre)Explotación....

Mauricio Espejo
pailamocha@gmail.com


Hace poco le preguntaban a Slavoj Žižek, cuál era el papel del cine en la sociedad actual, la respuesta aunque no  sorprende por lo novedosa o “profunda”, no obstante se aparta de las usuales y, en ocasiones, melosas definiciones que se hacen sobre el cine. Él, a la vieja usanza marxista, dice que el cine en la sociedad actual es un “campo de lucha ideológica”. Y es precisamente, a través de este campo de análisis, como podemos acercarnos, entre otras tantas formas, a la obra más reconocida y tal vez más difundida del director brasileño Jorge Furtado: La isla de las flores. Por tanto, este escrito invita a un encuentro o reencuentro con este corto, y desplazar la mirada sobre en el encuentro que ocasionalmente podamos tener con lo que ha denominado Jean-Luc Godard “el arte moderno por excelencia”: el cine.

Corren por nuestros tiempos, en nuestra sociedad, con nuestros vecinos, conocidos y amigos, entre imágenes difusas ahora en alta definición, sensaciones apacibles para algunos, ira impotente para otros o amarga indiferencia para los más despistados. Estas sensaciones mediadas, o mejor mediáticas, son sobre todo urbanas. El espectáculo circense “freak” de la realidad nos choca con millones de colores en “vivo y en directo”.

Para una inmensa mayoría la realidad misma, lo real, lo que intenta no ser representado, envuelto en un discurso de acciones, palabras e imágenes, parece chocar, ser repugnante, en ocasiones molesto e insoportable, si no es visto a través del velo mítico y poderoso transformando lo grotesco de nuestra situación en un recreación fascinante de lo que se ha construido, que al final de cuentas elabora la fragilidad esa que se ha llamado sociedad.

Las frenéticas narrativas del absurdo recuerdan el hilo argumentativo de la paradoja de los tomates putrefactos de La Isla de la Flores,1 donde los desperdicios de un basurero sirven para el engorde de los cerdos, que a su vez son los desechos de los humanos con poder adquisitivo quienes consideraran dichos tomates no aptos para el consumo; pasan a ser finalmente consumidos por otros humanos quienes con “menor o nulo poder adquisitivo”, y después de un denigrante proceso de selección, recogen lo que los cerdos no comieron, convirtiendo lo que es desperdicio para los cerdos en su base alimenticia: tomates en putrefacción que ni los cerdos comen.

La entretenida y dinámica narración de este corto documental se detiene abruptamente, como una certera bofetada en el clímax de la euforia, en el preciso instante en que lo real golpea con la fuerza de lo indescriptible: es allí cuando aparecen (no porque estén resguardadas, sino porque son ocultadas) las desigualdades agudas, las barreras sociales, las exclusiones y la explotación.

Ciertamente, ha pasado lenta y progresivamente a ser uno más de los componentes de la escenificación de lo real. Si bien, en ciertas ocasiones y cuando el viento es favorable, resurge esporádicamente como un personaje extra repugnante, de interés efímero y pasajero; necesario pero sin dejar su lugar secundario, cuando es en verdad uno de los pilares fundamentales que constituye el entramado de relaciones de poder de este mundo: la explotación del otro, del cuerpo, de la naturaleza, y de unos pueblos sobre otros.

Con afán compulsivo e insaciable la máquina de la acumulación capitalista se devora la energía, la vida, de los más para beneficio de los pocos. Esta es la inversión del paradigma de aquel principio, más bien reduccionista, de la democracia moderna. Donde en efecto, la explotación y la pobreza, irónicamente, es un “der-(h)echo”, siendo además quizá el único mecanismo “democrático” de las mayorías en el cual realmente participan activamente. Y no sobra decir, que gran parte de las mayorías aprueban(mos) este juego de danza medieval, ya sea por ignorancia que gustosamente mantienen y facilitan los explotadores, o, por el gesto sínico de quienes aún reconociendo lo perverso de la situación resignan pasivamente cualquier esfuerzo de resistencia.

Parece que la mecánica de la explotación ha llegado a su punto cumbre, después de quinientos años la expansión del capitalismo como el sistema económicamente hegemónico se ha establecido efectivamente a cada rincón del planeta. Llamamos “globalización” a la explotación mundial. Tenemos todo tipo de artefactos electrónicos, ropa, zapatos o cualquier chuchería hechos en alguna las maquilas del norte de México, o en países del sureste asiático, de los cuales ni recordamos muy bien su nombre y tendemos a confundir. ¿Acaso cuántos de nosotros no poseemos alguna cosa fabricada en cualquiera de estas remotas regiones del globo terráqueo, a expensas de saber que son cosas fabricadas en base a la explotación laborar, infantil de género o cualquier otra? La ronda neurótica de la putrefacción llega a nosotros, habitantes y sobrevivientes de la periferia, a través mercancías ya descompuestas, tal cual como los tomates, tragando sobre el trabajo de la explotación.

1JORGE FURTADO, Isla de las flores. http://www.youtube.com/watch?v=TIeU7_yqrpc.

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